Foto: Marcos del Mazo/LightRocket via Getty Images
Fuente: Huffintong Post
Cuando nací, mi madre se pasó todo el día llorando”. Son las palabras de Hayat Traspas Ismail, que nació en un taxi, a las puertas de un hospital somalí, mientras su madre, Asha Ismail, rezaba para que el bebé fuera niño y empujaba a duras penas, intentando dar a luz por un orificio mínimo; el que le habían dejado sin coser cuando le practicaron la mutilación genital femenina (MGF).Ese mismo día, Asha se juró que su niña no sería mutilada ni obligada a casarse con alguien que no quisiera, a diferencia de lo que habían hecho con ella. “Mi madre puso mis necesidades y mi salud por delante de las exigencias de la comunidad”, dice. La salvó. Pero para ello “tuvo que poner kilómetros de por medio y venir a España”, explica Hayat. Ella fue la primera de su familia a la que no cortaron: “Conmigo ya se terminó”.
De hecho, con su nacimiento también nació la decisión de Asha de cambiar las cosas. Al venir a España, se dio cuenta del enorme desconocimiento de la gente sobre su cultura, sus costumbres y sobre la ablación. “Yo tenía 12 años, iba al instituto, pero la gente no sabía nada de mí ni de mi familia ni de mi país”, lamenta Hayat. Es cierto que su madre no tenía en mente llevarla de vuelta a Somalia para mutilarla, pero también es verdad que no todas las niñas tienen esa suerte. Por eso Asha fundó junto con su hermana y su hija la ONG Save a Girl Save a Generation [Salva a una niña, salva una generación], para trabajar en la sensibilización, la educación y la prevención tanto en España como en su país de origen.
“Sensibilización” es justamente uno de los aspectos que más echa en falta la eurodiputada Elena Valenciano cuando se habla de mutilación genital femenina. “Hay un desconocimiento enorme”, constata la vicepresidenta del Grupo S&D en el Parlamento Europeo y autora de un informe sobre la mutilación presentado en la UE. “Es un fenómeno que suele ocurrir lejos de los centros de información de Occidente, y encima a mujeres”, señala Valenciano. “Se prestaría más atención si le pasara a los hombres”, lamenta, “y hasta los años 90 no se empezó a investigar el tema. Sigue siendo muy desconocido”.
Para evitar ese desconocimiento, cada 6 de febrero se celebra el Día Internacional de Tolerancia Cero con la Mutilación Genital Femenina, reconocida internacionalmente como una violación de los derechos humanos de las mujeres y niñas y una clara forma de desigualdad entre sexos que afecta a 200 millones de mujeres en el mundo, según datos de la ONU.
Aunque mucha gente piensa que se da por motivos religiosos, en realidad lo practican varias etnias de diferentes religiones (musulmana, cristiana y judía). Quienes lo llevan a cabo se escudan en motivos “identitarios de un grupo social o incluso higiénicos, para eliminar infecciones derivadas de los flujos vaginales, pero es totalmente falso”, afirma Isabel Serrano Fuster, ginecóloga de la Federación de Planificación Familiar y colaboradora de la Fundación Simetrías. “Siempre ha habido ritos y mitos sobre la menstruación, el clítoris o la virginidad y se ha disfrazado con razones sociales o étnicas lo que en realidad es dominación del hombre sobre la capacidad reproductiva de las mujeres”, critica. “Nadie lo verbaliza, pero el motivo es que el hombre necesita controlar la fertilidad y la sexualidad de la mujer. Esto es fruto de la cultura patriarcal, de la idea de que la mujer no vale nada de nada”.
“La MGF es sólo la punta del iceberg del sistema patriarcal”, coincide Hayat Traspas. “Es una forma de controlar el placer sexual de las mujeres”, apostilla Elena Valenciano. La delegada del Gobierno para la Violencia de Género, Pilar Llop, va incluso más allá: “Es una de las violaciones de los derechos humanos más crueles y graves que se ejercen sobre las mujeres”. Según datos de la OMS, cada año unos 3 millones de niñas son víctimas de esta brutalidad que se practica en 28 países de África y en algunos países de Asia y Oriente Medio. Pero también en Europa. Se estima que en España la población de riesgo asciende a 17.000 niñas, cuya suerte depende de la sensibilidad de su familia con el tema.
Existen cuatro tipos de mutilación genital femenina, detalla la ginecóloga Isabel Serrano en base a la información de la OMS:
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Tipo 1, en el que se extirpa parcial o totalmente el clítoris.
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Tipo 2, la escisión (o “el corte”, como se conoce popularmente), en el que además del clítoris se cortan los labios menores y, a veces, también los mayores.
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Tipo 3, denominado infibulación, consiste en el estrechamiento de la abertura vaginal, que se sella cortando y cosiendo después los labios menores o mayores. Para la ginecóloga, esta es “la forma más horrible”; es también la que más se practica en Somalia y a la que sometieron a Asha Ismail. “Apenas dejan un pequeño orificio para que la mujer pueda orinar”, afirma Hayat.
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En el tipo 4 se incluye cualquier otro procedimiento que trate de cerrar el orificio vaginal con productos químicos, perforación, incisión, raspado, etcétera.
Por eso es imprescindible educar y sensibilizar. “Es muy peligroso cuando se convence al torturador y a la torturada a lo largo de siglos de que la ablación es lo mejor. Por encima del sufrimiento, está el sometimiento. Las mujeres están tan acostumbradas a sufrir y a ser inferiores que se resignan y lo aceptan”, apunta Serrano, que en su consulta ha atendido a varias mujeres mutiladas. En ese sufrimiento pueden incluirse infecciones, sida, falta de placer sexual, molestias al orinar y al menstruar, dolor en el parto, hemorragias, depresión, trastornos psicológicos e incluso muerte.
Cuando el daño ya está hecho, lo importante es prevenir nuevos casos. Concretamente, en España existen “protocolos que se activan cuando se sospecha que la niña está en riesgo porque va a viajar al país de sus padres. Entonces deben ponerse en contacto los servicios de atención primaria, equipos sanitarios, educativos, la fiscalía e incluso las fuerzas de seguridad para llevar a cabo un seguimiento personalizado”, describe Pilar Llop. O se obliga a los padres a firmar un contrato por el que se comprometen a no mutilar a sus hijas cuando hagan el viaje, agrega Isabel Serrano.
Si se descubre que se mutila a la niña, los padres se enfrentan a penas y multas. De hecho, “ya hay condenas de tribunales españoles que han juzgado con acierto y sensibilidad estos casos”, apunta Llop, que celebra estas condenas del mismo modo que las lamenta, ya que son la prueba de que los protocolos no siempre funcionan.
Las cuatro expertas que colaboran en este reportaje coinciden en que la legislación es muy importante, pero no suficiente. Las familias que viven en Europa y se empeñan en mutilar a sus hijas son capaces de eludir la ley, ya sea dejando a la niña en su país de origen, practicándole la ablación antes de traerla a España (“cuando apenas tienen 2 años”, dice Hayat) o, al contrario, esperando a que la joven cumpla 18 años, “porque así a cuando entran en España no se les hace seguimiento”, señala la activista de origen somalí.
Las cuatro mujeres también están de acuerdo en que erradicar la mutilación genital femenina es una labor compleja y a largo plazo por ser una tradición tan arraigada socialmente. “Hay que implicar a los líderes de las comunidades, a los imanes, hombres y mujeres, pero se necesitan fondos a nivel institucional. Hay que hacer más en los países de origen”, reivindica Serrano.
Eso es lo que está tratando de hacer Save a Girl Save a Generation en Nairobi (Kenia), donde, aunque la MGF está prohibida, hay 21 etnias que la siguen practicando. La ONG va a abrir en la capital keniata un centro de acogida para que, cuando haya una niña valiente como Asha que diga 'no' a la ablación, tenga un lugar seguro al que acudir. El objetivo es que la niña estudie en el centro y entienda que “la virginidad, la maternidad y el matrimonio son opcionales” y que luego vuelva a su comunidad para ser allí “motor de cambio”, para que vean que hay mujeres no mutiladas a las que les va bien, explica Hayat. “A lo mejor así se atreven más niñas a plantarse”.
Lo cierto es que hay motivos para el optimismo. Hace dos semanas el Gobierno de Sierra Leona prohibió esta práctica “con efecto inmediato”, un paso muy significativo teniendo en cuenta que el 90% de las mujeres de ese país ha sufrido ablación. Y por primera vez se ha introducido la eliminación del matrimonio precoz y de la MGF dentro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible para 2030, celebra la eurodiputada Elena Valenciano, que reconoce que “ha sido una pelea grandísima”.
La ginecóloga Isabel Serrano también ve progresos: “Las mujeres que han emigrado, que están en España o en otros países de Europa, se muestran mucho más abiertas a la hora de rechazar la MGF”. Como médicos, “hablamos con ellas, sobre todo si tienen hijas o hermanas jóvenes, para ver qué piensan y para que no se perpetúe la 'tradición' de la ablación con ellas”. Y todas se declaran en contra de esta práctica. “Las mujeres que dan a luz aquí saben que está mal visto, entienden los peligros y empiezan a empoderarse”, destaca.
Hayat Traspas Ismail sabe que ese empoderamiento es necesario, pero también reclama más interés por parte del país de acogida. “La gente de aquí no quiere ver que es una realidad”, lamenta. Ella misma tiene amigas españolas que, por miedo a meter la pata, nunca han sacado el tema de la mutilación, como tampoco han hecho los maestros de sus hijas (que, aunque no sean víctimas, podrían). Hayat entiende que la gente no se atreva a preguntar directamente, “pero una violación de los derechos humanos y de los derechos de las niñas debería ser motivo suficiente para meterse. No es sólo un derecho; es un deber”.