Fuente: El Huffington Post
El 8 de agosto de 2016 la humanidad entró en déficit de recursos naturales —y este año andaremos cerca—. Es decir, que nuestro consumo desmedido, especialmente el de gran parte del hemisferio norte, acabó en pleno verano con los recursos que fue capaz de generar el planeta Tierra el pasado año. Estos datos, aportados por la Global Footprint Network y WWF, dan una señal de alarma sobre una explotación desmesurada que, con independencia de la mayor responsabilidad de administraciones y empresas, también se ayuda a detener desde hábitos cotidianos, como la cesta de la compra diaria.
Nada como el pescado, un producto habitual de esa cesta de la compra, para reflejar lo anterior. Según el último estudio sobre la pesca y la acuicultura mundial de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el 31,4% de las poblaciones de peces tienen un nivel de explotación no sostenible, producto de una pesca excesiva. A esto hay que añadir que ya hay un 58% que están plenamente explotadas. Pero hay más, España agotó ya en mayo sus recursos propios pesqueros para satisfacer su demanda de 2016.
Se podría inundar el texto de datos parecidos (la ganadería extensiva y el cultivo intensivo de soja y palma que se adentra en selvas tropicales, o la muerte masiva de abejas por el uso de plaguicidas), pero es hora de comprobar qué podemos hacer por reducir esta huella desde el hecho cotidiano de comprar el pan, un kilo de tomates, una merluza o un champú.
1. ¿ES NECESARIA ESA COMPRA?
Es la primera cuestión a plantearse cuando se entra en un comercio, mercado o supermercado. También hay que sopesar la cantidad y ajustarla al máximo al consumo real que se vaya a hacer.
Save Food, la iniciativa mundial de la FAO para reducir la pérdida y el desperdicio de alimentos, ofrece continuamente cifras demoledoras sobre los millones de manzanas, patatas y salmones aptos para el consumo que acaban en la basura a lo largo de la cadena alimentaria. Además, cuanto más rico es el país, más se desperdicia en la parte de la distribución y el consumo doméstico.
Y dos consejos más: recupera los alimentos en forma de mermeladas u otras conservas y limita al máximo los productos de usar y tirar.
2. SÉ UN CONSUMIDOR ECOINFORMADO
Es normal que nos preocupemos por nuestra salud y nos informemos del contenido en azúcar, sal o grasas saturadas de los alimentos.
¿Por qué no hacer lo mismo, y velar igualmente por nuestra salud y la del planeta, comprobando la procedencia de los productos y los métodos de explotación y elaboración? Un buen ejemplo son las listas —incluso con aplicaciones móviles— rojas y verdes sobre el pescado que elaboran Greenpeace y WWF. También están la Guía andaluza de consumo ecológico, justo, ético y alternativo, y las de consumo responsable de Valencia y del Gobierno vasco que, aunque circunscritas a ámbitos locales, contienen información general muy útil.
3. OPTA POR EL KILÓMETRO CERO Y EL CONSUMO DE PROXIMIDAD
Antes que nada, aclarar que el concepto “kilómetro cero” hace referencia al consumo de productos procedentes de un radio inferior a cien kilómetros y, en el caso del pescado, a aquel que se ha capturado cerca de la costa. Es una manera de evitar desperdicios, productos muy elaborados y empaquetados, y un excesivo consumo en el transporte y la conservación.
La organización Slow Food ofrece muchas pistas sobre una actitud que ayuda a recuperar razas, variedades y gustos tradicionales. El consumo de productos de temporada y en comercios pequeños y de barrio también va en la misma dirección.
4. LAS ETIQUETAS SON UN LIBRO ABIERTO
Aparte de la información concreta sobre ingredientes y valores nutricionales, muchos productos contienen etiquetas específicas que orientan hacia una compra más responsable. Es el caso del pescado (MSC), el papel, el cartón y la madera (FSC y PEFC), y alimentos procedentes de la agricultura y ganadería ecológicas (etiquetas europea y de comunidades autónomas). Existe además otra ecoetiqueta europea para productos no alimenticios, que incluye jabones, champús, lavavajillas, papel de impresión y pañuelos de papel, entre otros.
5. AGRICULTURA Y GANADERÍA ECOLÓGICAS
Es cierto que hay cientos de estudios científicos que cuestionan o corroboran si es verdad que los alimentos ecológicos son más saludables y nutritivos que los convencionales, pero pocos ponen en duda que los métodos de producción para cultivarlos y elaborarlos reducen sustancialmente el impacto sobre suelo, agua y aire.
Hace años que estos productos, frescos y elaborados, dejaron de ser protagonistas solo de herbolarios o tiendas eco y pasaron a los lineales de mercados y supermercados. Eso ha supuesto que, según un reciente informe del Research Institute of Organic Agriculture y la International Foundation for Organic Agriculture, España ocupe el décimo lugar mundial en ventas de alimentos ecológicos.
6. COMERCIO JUSTO, OTRA ALTERNATIVA
No solo lo ecológico, también lo social y culturalmente comprometido debe estar presente en los productos con los que llenamos la cesta de la compra. La explotación laboral, el trabajo infantil, la opresión de comunidades indígenas o la discriminación salarial por género o raza es algo que se rechaza desde las organizaciones de ayuda al desarrollo que promueven este tipo de consumo. En las tiendas de estas ONG (hay un listado en la página web de la Coordinadora Estatal de Comercio Justo), pero también en muchos comercios a través del sello Fair Trade venden café, galletas, cerveza, pasta y productos cosméticos, entre otros muchos productos.
7. CUANTO MENOS ENVASADO, MEJOR
Y, por supuesto, huir de las bolsas de plástico, que tienen las horas contadas a medida que entra en vigor en los países de la Unión Europea la directiva que obliga a su reducción y paulatina eliminación.
Supone igualmente un despilfarro de recursos que una magdalena vaya envuelta en un plástico, que a su vez va en una bandeja de plástico dentro de una caja de cartón. La opción de la compra a granel y llevar nuestras bolsas de tela o carros seguro que ayuda a reducir los ocho millones de toneladas de plásticos anuales que acaban en los océanos, como denuncia el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente.
8. MÁS VEGETALES Y MENOS CARNE
Los alimentos derivados de los animales, especialmente la carne, salen muy mal parados en todos los estudios que se hacen sobre la huella hídrica y la huella de carbono de nuestra cesta de la compra.
La Water Footprint Network permite chequear el consumo de agua de numerosos alimentos y comprobar que, por kilo, la carne de ternera (15.000 litros), cordero (10.500) y cerdo (6.000) están muy por encima de las naranjas (560 litros), el repollo (237) y los tomates (214).
Lo mismo ocurre con la huella de carbono. Un proyecto llevado a cabo por la Unión de Pequeños Agricultores concluyó que las emisiones de dióxido de carbono equivalentes por kilo (g CO2e/kg) eran muy superiores en la carne de cordero (10.629 g CO2e/kg), la de vaca en canal (7.275) y la de leche de oveja (2.053), que en el trigo (395 g CO2e/kg), la uva (281), la aceituna (247) o el pimiento (146).
9. CREA O ÚNETE A UN GRUPO DE CONSUMO
Hay cientos por toda España y su funcionamiento consiste en una agrupación —en cooperativa o de forma colaborativa— de unidades de consumo (personas o familias) que cada cierto tiempo (principalmente cada semana) compran directamente a los productores productos (sobre todo alimentos) ecológicos, de cercanía y con el máximo respeto a los derechos laborales y sociales. La página web EcoAgricultor cuenta con un directorio al respecto, pero también se puede obtener información en Grupo a Grupo, la red Karakolas, Consuma Responsabilidad, Bajo el Asfalto está la Huerta (BAH) y EcoConsum.
10. PRACTICA EL AUTOABASTECIMIENTO
Las ganas por lograr un abastecimiento más sano, solidario y ecológico llevan en ocasiones a realizar nuestros propios pinitos como agricultor o agricultora, sea en un jardín, balcón o ventana donde cultivar tomates, hierbas aromáticas y lechugas. O incluso en el interior de casa, donde se puede optar por el cultivo de brotes y germinados de trigo, lentejas, brócoli, garbanzos o alfalfa.
También están los huertos urbanos comunitarios, promocionados por varios ayuntamientos, en los que compartir terreno y experiencia con más personas. Por último, recordar, volviendo al primer punto, que nos podemos autoabastecer elaborando conservas con alimentos que no se vayan a comer a tiempo e incluso productos de limpieza del hogar con aceite usado de cocina, limón, vinagre y bicarbonato.