“Cuando llegué al proyecto tenía la autoestima baja. Al salir hoy, me siento valiosa. No era así antes. Gracias al proyecto, hoy estoy en otro nivel. En mi comunidad van a llamarme modista”. Con estas palabras terminó su intervención Linet Buruti en la ceremonia de graduación de un curso de confección y sastrería. Para ella, aprender a coser no solo fue una habilidad nueva, sino también una manera de superar las dificultades de una vida marcada por la precariedad y el estigma.
Linet es una de las cien mujeres que participan en un programa integral de empoderamiento liderado por Farmamundi junto a la organización local HESED (Foundation for Health and Social Economic Development Africa), en los asentamientos urbanos de Nairobi y Nakuru, en Kenia.
Linet, con chaqueta roja, junto con sus otras mujeres graduadas y el equipo de HESED
Supervivencia en los márgenes urbanos
Linet nació en Mombasa, Kenia, pero su historia se parece a la de muchas mujeres refugiadas que viven en Nairobi: miedos, sueños y una lucha diaria por salir adelante. En estos asentamientos conviven personas refugiadas de Somalia, Sudán del Sur, RD Congo o Etiopía, junto a población desplazada interna. La vida allí no es fácil: los recursos son escasos y la convivencia, a veces, complicada. La estrategia de Farmamundi y HESED, financiada por la Generalitat Valenciana, se enfoca en garantizar el derecho a la salud y a una vida libre de violencia, especialmente para mujeres supervivientes de violencia sexual y basada en género.
Pero el apoyo no se queda solo en la atención médica o psicosocial. A través de actividades que permiten generar ingresos, como la costura, la peluquería o la elaboración de cosméticos tradicionales como la henna, las participantes intentan encontrar una vía para mejorar su situación. El programa dura tres meses e incluye formación técnica, algo de ayuda económica, acompañamiento emocional y nociones básicas de finanzas. El objetivo es que cada participante pueda construir un medio de vida autónomo y sostenible.
Linet y sus compañeras muestran uno de los trabajos realizados en el taller de confección.
La aguja como herramienta de cambio
Linet se casó tras terminar la escuela primaria. Empezó un curso de costura, pero tuvo que dejarlo cuando a su primer hijo -ahora tiene tres- le diagnosticaron espina bífida. La familia de su esposo la culpó por la enfermedad del niño y, entre la carga de los cuidados y el rechazo, quedó aislada. Se mudaron a Nairobi buscando ayuda para su hijo y fue derivada a HESED por problemas de nutrición. Allí, más allá de la atención sanitaria, encontró la posibilidad de volver a coser y de recuperar algo de
confianza, en un momento donde, además, su marido había perdido el empleo.
Durante el curso de costura, impartido por formadoras como Christine, las participantes aprenden desde la confección de prendas básicas hasta piezas tradicionales como las túnicas deera. “Muchas llegan sin confiar en sí mismas, pero cuando ven lo que pueden hacer, algo cambia”, explica Christine, una de las responsables del programa de formación.
Linet, que ya tenía algo de experiencia, aprovechó la oportunidad para mejorar. Confeccionaba cada diseño por duplicado: uno para ella, otro para su hija. “Quiero que mis hijos vean lo que soy capaz de hacer”, decía. Poco a poco, fue dominando técnicas nuevas y recuperando la confianza.
Linet cosiendo durante una de las clases que imparte Hesed y Farmamundi.
Formación empresarial y apoyo psicosocial
Gracias a la corresponsabilidad de su marido, Linet también asistía los viernes a un módulo sobre pequeños negocios. Allí aprendió a calcular precios, separar el dinero de la casa y del negocio, y tratar mejor a sus clientes. Estas herramientas le sirvieron para mejorar su pequeño emprendimiento de venta de snacks, que combina con la costura.
El programa también incluye sesiones de apoyo psicológico, tanto individuales como en grupo. Al principio, Linet estaba agotada. Después de tres meses, se notaba el cambio. “Ahora la veo con más claridad y objetivos”, señala una de las terapeutas.
El marido de Linet en la ceremonia de graduación de su formación.
Transferencias monetarias: dignidad sin condiciones
Otro componente del programa son las transferencias de efectivo. Durante seis meses, las participantes reciben una cantidad que pueden usar según sus necesidades. Linet utilizó el primer pago para reactivar su negocio de snacks y aliviar la presión económica. Después, priorizó el ahorro, el colegio, y reponer mercancía. “Ahora tengo un puesto y una sombrilla. Sé cuánto gano y cómo reinvertirlo en mis necesidades”, explica.
Con estos apoyos, Linet gana ahora unos 12.000 chelines kenianos al mes (unos 88 euros), con un pequeño margen de beneficio. No es mucho, pero le permite pensar en el futuro, como el deseo de construir una casa en su pueblo. “Ha aprendido a mirar hacia adelante”, comenta Christine.
El puesto de Linet, en el que vende comestibles y también cose.
Economía del cuidado, economía del futuro
La historia de Linet ejemplifica cómo los proyectos de apoyo económico con enfoque de género pueden cambiar la vida de las mujeres cuando tienen la oportunidad de tomar decisiones y cuidar de sí mismas. Algunos de los productos que hacen en el taller, como coleteros y pulseras, se venden en la tienda solidaria de Farmamundi. Cada venta es un pequeño paso para ellas y sus familias.
En los últimos tres años, casi 150 mujeres han pasado por el programa de Actividades Generadoras de Ingresos, partiendo desde una situación sin recursos, hasta alcanzar cierta autosuficiencia, con ingresos, dignidad y autonomía. Como dijo Linet, “no era así antes”. Ahora, con aguja, hilo y un poco de ayuda, muchas mujeres están cambiando su vida y la de quienes las rodean.