Geopolítica española en América Latina

Sin duda, el hecho de haber sido un imperio extendido por una gran parte del mundo que se consideraba conocido entre los siglos XVI y XVIII debe de marcar fuertemente la psicología de las clases políticas y económicas.

Fuente: Coordinadora de ONGD Euskadi

Esta es una constante que a lo largo de la historia de la humanidad se puede encontrar en la práctica totalidad de los imperios habidos, especialmente en los denominados occidentales, ya sean romano, inglés, francés, español o estadounidense. Se podría definir como la nostalgia irresistible a reconocer la pérdida del rol determinante en la historia; rol de dominación que aportaba enormes privilegios y beneficios materiales.


Si hacemos un trazo grueso desde la pérdida, por parte del imperio español de los territorios latinoamericanos, es fácilmente reconocible esa nostalgia. Así, durante los últimos doscientos años, las élites políticas y económicas españolas siguen de alguna forma sin reconocer las pérdidas territoriales y, lo que es más grave, de su condición de primera potencia en la escena universal. Por eso hoy todavía desarrollan esos tics de antiguos dominadores, que son insultantes para todo un continente y los millones de hombres y mujeres que lo pueblan. De alguna forma, estas élites se siguen pensando a sí mismas con el derecho y autoridad de intervenir en el devenir de todo ese continente.

A lo largo del siglo XIX, pese a que es en las dos primeras décadas del mismo cuando se producen la mayoría de las independencias latinoamericanas, fue largo el camino de aceptación, a regañadientes, de la pérdida del imperio en sus términos territoriales. Y como reacción ante esa nueva situación, a lo largo del siguiente siglo se redoblan los esfuerzos por mantener el dominio ideológico.

Los hitos de este nuevo neocolonialismo se encuentran en el concepto de «madre patria», en la ejemplificación de la antigua metrópoli como modelo de convivencia política tras la dictadura, y en la relectura del proceso de conquista y colonización como «encuentro de culturas», hasta alcanzar su éxtasis en la celebración del llamado V Centenario del Descubrimiento de América. Este ha sido un proceso exitoso, pues permeó en las diferentes capas sociales del continente y, en mayor o menor medida, la imagen de la madre patria se mantuvo en el inconsciente colectivo durante varias décadas. Solo el anteúltimo paso en esta carrera, el del V Centenario supuso un revulsivo de rechazo desde muchos sectores sociales. Especialmente por parte de los pueblos indígenas, aquellos que se habían invisibilizado pero nunca eliminado en su totalidad y que ahora resurgen con toda la fuerza de pueblos que reivindican no solo su existencia, sino también el ejercicio efectivo y completo de los derechos individuales y colectivos que, como a cualquier otro pueblo de la tierra les corresponde, incluyendo la exposición de nuevos conceptos políticos y sociales (Buen Vivir, plurinacionalidad, economías comunitarias, despatriarcalización..) para la construcción de sociedades más justas.

Evidentemente, si había un sector social especialmente interesado en asumir la carga ideológica que intenta extender España, este era el de las oligarquías latinoamericanas, que se entendían también como un poder instituido y pleno de autoridad incluso moral además de política, en la más pura línea de lo que la antigua colonia trataba de mantener sobre los pueblos ignorantes, subdesarrollados; aquellas élites locales que ahora querían también participar y beneficiarse del sistema económico dominante.

Por otra parte, si bien en estos dos últimos siglos se desarrolla el nuevo imperialismo en el continente, el estadounidense, las élites españolas nunca lo reconocieron en su plenitud y el juego en las últimas décadas pasó por intentar ser parte importante de este nuevo sistema de dominación que se extendía en el continente. Se entiende mejor así ese dominio ideológico pretendido, pero también otras acciones de esas últimas décadas.

Por ejemplo, es evidente el intento de trasladar el llamado proceso de transición política española tras la dictadura franquista que pretendió transitar desde la dictadura a un régimen de democracia representativa, pero sin el más mínimo cuestionamiento de los parámetros básicos del sistema económico y otras estructuras de poder. Ciertamente, también se buscó la no impartición de justicia y reparación por los crímenes cometidos durante las décadas de dictadura. Pues bien, si se hace un rápido repaso a los procesos de transición desde las diferentes dictaduras que se dieron en América Latina, se encontrarán con facilidad esos mimetismos de paradigmas trasladados desde la antigua metrópoli a este continente (Argentina, Chile, Uruguay…).

En este mismo marco, en 1985 se crea la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI), que no es sino un intento de generar un espacio común bajo el dominio y control de España de eso que se denominaba la comunidad latinoamericana. Si bien la Organización de Estados Americanos tiene desde su creación sus centros de dirección y decisión en USA, la OEI estableció su secretaría general en Madrid y los aportes financieros de los países en los bancos españoles.

Sería muy errado pensar que todo se limita a un suspirar por el imperio territorial perdido o a un posterior intento por recolonizar ideológicamente el espacio perdido. En estos tiempos de imposición y dominio del sistema neoliberal como fase avanzada del capitalismo, las intencionalidades por imponer este modelo y por abrir a los mercados y a los intereses especulativos y extractivos, en suma, económicos, el continente latinoamericano es una constante central en el accionar político de los sucesivos gobiernos españoles. Desde ese convencimiento de tener todavía una importante autoridad moral (el famoso «por qué no te callas» del rey español al presidente Hugo Chávez) sobre el nuevo continente, las élites políticas y económicas españolas se han creído con el derecho de ser de los primeros en el reparto de beneficios posibles.

Es desde toda esta construcción ideológica, económica y política que se entiende mejor el interesado discurso de puente entre Europa y América, arrogándose una posición privilegiada en la carrera por explotar los enormes recursos naturales y abrir esos espacios a las empresas españolas.

Durante las dos últimas décadas del siglo pasado y la primera del actual ha sido una constante el posicionar los intereses económicos españoles en América Latina. Proceso que se frustra en cierta medida con el llamado ciclo progresista, de transformaciones posneoliberales (aunque no poscapitalistas) en los diferentes ámbitos, ya sean económicos o políticos. Y será precisamente esta última coyuntura la que explique la enorme agresividad del intervencionismo político español, renovado que no creado, en este siglo XXI, tal y como hemos visto en multitud de situaciones y países: Argentina, Ecuador, Bolivia… Pero, sin duda el máximo exponente será Venezuela, llegando a respaldarse intentos de golpes de estado (2002) o mediante la agresividad discursiva y activa de los últimos años, en defensa hipócrita de unos derechos humanos y democracia en peligro que no ven, ni han visto violados, en otros países del mismo continente (golpes de estado en Honduras, Paraguay y Brasil o asesinatos de defensores y defensoras de derechos humanos en Honduras, México, Perú, Colombia…).

Interesa acabar con los ciclos de transformaciones sociales, políticas y económicas que se abrieron en los últimos años en América Latina y esa es la estrategia en estos momentos. Todo ello con la renovada intención de posicionarse de forma privilegiada en el nuevo reparto del continente y sus riquezas en recursos naturales. Esta es la esencia de la geopolítica española en América Latina, permeada continuamente por el intervencionismo que no acepta aún la soberanía del continente.

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