Arturo Escobar: Los acuerdos de paz son una puerta para repensar a Colombia más allá del desarrollo

El conocido académico colombiano dice que el país tiene la oportunidad de pensar en un modelo que no solo privilegie el crecimiento económico sino también el buen vivir.

El colombiano Arturo Escobar es un referente mundial para hablar sobre los problemas que conlleva el modelo actual de desarrollo y sobre la necesidad de pensar en el posdesarrollo.

Sus múltiples escritos, traducidos a varios idiomas y ampliamente citados, cobran relevancia ante la necesidad de buscar alternativas de vida que respeten el medioambiente y las poblaciones marginadas.

Escobar es ingeniero químico de la Universidad del Valle, hizo una maestría en nutrición y un Ph.D sobre planeación y desarrollo en la Universidad de Berkeley, en California.

En la Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín asistió como invitado especial y habló con la Agencia Anadolu sobre las posibilidades que se abren para Colombia luego de la firma del acuerdo de paz con las Farc.

En una reciente charla usted mencionó la que podría ser una tesis de esta entrevista: el posconflicto en Colombia no se puede pensar con el mismo concepto de desarrollo que fue generador del conflicto. Desglosémoslo: ¿cómo fue el desarrollo generador de conflicto?

La primera misión que el Banco Mundial envió a un país llamado subdesarrollado fue a Colombia, en 1951. La dirigió el economista canadiense Lauchlin Currie. Así fue entrando el discurso del desarrollo. Y hay capítulos regionales, como la Corporación Regional de Desarrollo del Valle del Cauca (CVC), que fue creada en los 50 con asesoría de un esquema famoso en Estados Unidos que se llama Tennessee Valley Authority (TVA).

La CVC hizo una gran represa para regularizar las inundaciones en el cauce del río Cauca, para que sirviera a la agricultura a gran escala, principalmente para el desarrollo de la caña de azúcar, la agroindustria. Hablo del Valle del Cauca porque me permite llegar a su pregunta, sobre cómo el desarrollo está en la raíz de la injusticia y la desigualdad en Colombia. Sin duda, justicia y desigualdad vienen desde mucho antes, pero después de los 50 toman otros visos.

Antes, en el Valle había negros e indígenas, pero particularmente un campesinado libre negro que, tras la abolición de la esclavitud, se fue consolidando desde 1851 hasta 1950, cuando la caña tuvo su gran expansión, en parte con la CVC. Para abreviar, 50 o 60 años después la mayoría del campesinado negro fue desplazado y reesclavizado en cierta forma, porque vive en condiciones de miseria, marginado en zonas de ladera, en los pueblos más alejados de la región.

El Valle ha tenido un auge económico muy importante con base en la caña de azúcar y en la ganadería, pero ahora vemos que ese modelo ha sido devastador: acabó con humedales, fuentes de agua, contaminó los suelos, esclavizó la mano de obra negra, causó desigualdad. Y, sin embargo, el modelo se celebra como un gran triunfo del desarrollo porque Cali creció, se modernizó, pero no se ve el otro lado de la película.

Ahora ese otro lado es cada vez más visible: nos estamos quedando sin agua, la caña agotó la tierra, la caña está llegando a su fin, hay que hacer algo. Pensar más allá de ese modelo de desarrollo es esencial, porque sino nos van a meter otra ronda de lo mismo.

¿Podemos atar ese impacto social y ambiental del desarrollo al surgimiento de las Farc y otros actores armados?

En todas las regiones de Colombia hay una historia muy parecida a la del Valle. Después de los 50, en otras regiones fue la minería, la palma, el café… En buena parte, debido a esto en la raíz del conflicto está el problema de la tierra, la desigualdad, la pobreza. Las Farc eran un síntoma de esas causas subyacentes y de la actitud intransigente y cínica de las élites colombianas y latinoamericanas, completamente explotadoras y brutales. Eso no ha cambiado, el posconflicto no cambia eso, y menos cuando el gobierno de Santos dice que el modelo económico no se negocia.

Las Farc aceptó esa condición. Presiento que lo hicieron de forma estratégica, para entrar a la legalidad política, para proponer sus propios proyectos. Es interesante su proyecto basado en economía social y solidaria, lo que llaman economía del común. Por lo menos es una propuesta alternativa al modelo de locomotoras de desarrollo y extractivismo minero energético de Santos.

En este sentido, los acuerdos pueden ser una puerta para repensar a Colombia más allá del desarrollo, para pensar una Colombia poscapitalista, pospatriarcal y genuinamente pluricultural, porque en este momento no lo es.

¿Hay una contradicción entre esa decisión de no negociar el modelo económico pero al mismo tiempo adoptar ese discurso del territorio, de la “paz territorial”, de tener en cuenta a las comunidades?

Un caso típico es el del Pacífico, al que ahora le prestan atención. El caso de Buenaventura es tristísimo. Es el gran puerto de Colombia para la globalización y, a pesar de toda la riqueza que sale por ahí, tenemos una ciudad empobrecida, con problemas sociales fuertísimos, con una paramilitarización acendrada, con casas de pique, con feminicidios. Todo por el control del territorio. La estrategia del gobierno es: pongámosle atención al Pacífico con el desarrollo. ¿Y qué es eso? Macroproyectos, grandes puertos, grandes carreteras, extracción de recursos naturales. Eso va a seguir acabando con el Pacífico.

Tenemos que atrevernos a invertir la versión del Estado, según la cual al Pacífico lo está acabando la falta de desarrollo y tenemos que desarrollarlo. No, al Pacífico lo está acabando el exceso de desarrollo. No necesitamos más desarrollo, necesitamos otra cosa y es lo que particularmente en Suramérica se llama el buen vivir. Las comunidades negras e indígenas quieren, como cualquiera, vivir mejor en un sentido material, pero también conservar su río, su forma de vida, su propia cosmovisión. Es una visión más íntegra de la vida, no solo centrada en lo material y económico, sino que incorpora el goce, el coexistir con el entorno, la preservación de formas comunes de vivir.

Muchos colectivos han manifestado el temor a que, al firmarse los acuerdos y al salir las Farc del territorio, van a entrar las corporaciones, otros grupos armados, va a entrar con más fuerza el desarrollo. Eso es lo que está ocurriendo.

Una paz territorial más duradera tendría que empezar por ser consultada con las poblaciones. Hay que codiseñar la paz con esos actores, teniendo en cuenta todas sus dificultades, heterogeneidades, tensiones, pero es desde allí, no imponiéndola desde arriba. Y lo primero es que el gobierno tiene que estar dispuesto a negociar su modelo.

Las consultas populares cada vez se vuelven más importantes en el país…

Las consultas populares contra la minería y los hidrocarburos son un reflejo de que en Colombia hay muchas comunidades que realmente no le caminan a ese modelo de desarrollo. Les dicen que pueden tener grandes regalías y de todo si dejan explotar el oro, pero las comunidades dicen que no. Saben que es mentira: la gran riqueza se las llevan las corporaciones, el gobierno, los corruptos, las elites locales. A la gente le queda muy poco. Y se les acaba el territorio, la fuente de sustento. En diez años van a estar peor, probablemente en las ciudades en condición de miseria.

Cuando habla de territorios y cosmovisión, me recuerda el concepto de epistemicidio, es decir, la anulación de saberes y prácticas de pueblos enteros. Y también el concepto de justicia epistémica. ¿Por qué esto es importante para construir paz?

Muy interesante hablar de estos conceptos en el proceso de paz. Realmente debería involucrar un diálogo de saberes, un diálogo interepistémico. No lo ha hecho, porque los acuerdos se firmaron desde una episteme moderna colonial, con variaciones desde la perspectiva de las Farc pero que igual funciona dentro de la episteme de la modernidad que cree en el desarrollo y en el progreso.

La izquierda colombiana y latinoamericana siempre ha sido desarrollista y modernizadora. Rafael Correa, Evo Morales, toda la izquierda continúa siendo neodesarrollista y neoextractivista. El proyecto de Estado Nación se sigue concibiendo desde la perspectiva moderna colonial, no se ha abierto a un diálogo de saberes.

Esa es la gran posibilidad que tiene Colombia. El posacuerdo es la oportunidad de negociar eso que se ha llamado Colombia, otras colombias posibles, muchos mundos, un pluriverso. No imponer una visión de un solo mundo globalizado, capitalista, racista, patriarcal, como sigue siendo hasta ahora.

La comunidad internacional abraza el proceso de paz. Llegan euros de Europa y dólares de EEUU. Ese dinero es cooperación internacional básicamente para el desarrollo. ¿Estamos pensando la cooperación de acuerdo con lo que estamos imaginando en el posconflicto?

Creo que estamos haciendo más de lo mismo. Hay excepciones. Parte de la ayuda noruega, por ejemplo, está más orientada a realmente servir en los territorios. En muchos otros casos no creo que conozcan muy a profundidad qué pasa en los territorios, sino que su idea del posconflicto llega de Bogotá. Una cosa importante es que hay una ecuación un poco perversa entre paz y desarrollo, de acuerdo con la cual el que pierde es el medio ambiente. La ecuación es así: si queremos paz debemos tener desarrollo, la clave del desarrollo es el crecimiento económico, la clave de ese crecimiento es el extractivismo. Y la naturaleza que se joda.

Por eso hoy algunos hablan de una paz ambiental, en la que el medio ambiente no sufra. Lo primero que hay que hacer para eso es transitar de un modelo extractivista a uno posextractivista. En Suramérica ya hay un marco teórico y práctico muy interesante para las transiciones al posextracitivismo, más que todo en Perú, en Uruguay, hay gente pensando cómo pasamos a un modelo en el que las actividades extractivas sean un mínimo necesario para apoyar la reconversión de la economía en una realmente integrada con la naturaleza.

El otro punto importante es distinguir entre tres tipos de cooperación. Primero, la cooperación convencional como ayuda para el desarrollo. Es decir, la cooperación tipo Banco Mundial o multilateral, que muchas veces no beneficia a las poblaciones locales sino que es más para reforzar el modelo capitalista de la economía. Segundo, cooperación para la justicia social, aquí hay algunas ONG grandes como Oxfam y otras europeas interesadas en ayudar a nivel local a organizaciones territoriales, a grupos étnicos y a campesinos, que les interesa la defensa de los DDHH, la cuestión ambiental y de género. Y la tercera, que es la cooperación para las transiciones civilizatorias.

Si aceptamos que la crisis global es una crisis del modelo civilizatorio capitalista occidental, entonces tenemos que pensar formas de hacer una transición hacia otro modelo civilizatorio, a un mundo donde quepan muchos mundos, como dicen los zapatistas. Me parece que, para las transiciones, la cooperación más de avanzada podría concebirse como un apoyo a muchos grupos que ya están mirando estas posibilidades. En Colombia ya hay algunos grupos ambientalistas, negros campesinos, indígenas, y también urbanos, conscientes de que el proyecto de la modernidad llegó a su fin y hay que pensar en otros. No en otro, sino en otros, en un pluriverso.

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