El hambre y la pobreza derivan de la pandemia más dolorosa y más vergonzante a la que se enfrenta el ser humano: la de la desigualdad

La crisis sanitaria que vivimos está relegando al olvido otras pandemias, agravadas por la crisis del coronavirus, que amenazan la vida de cientos de millones de personas y contra las que no existe vacuna: el hambre, la pobreza y la desigualdad.

La desigualdad ha llevado a que el número de personas que pasan hambre supere los 800 millones y a que en el mundo haya 1.300 millones de personas afectadas por la pobreza.

En los países en los que trabaja Manos Unidas, la pandemia del coronavirus está teniendo un impacto brutal, del que les va a ser muy difícil recuperarse en mucho tiempo.

Las mujeres eritreas que huyen del hambre y la pobreza, tras un terrible periplo por el Desierto del Sinaí, llegan a Israel y se encuentran con políticas de rechazo y discriminación que les niegan el reconocimiento como refugiados y las condenan a la marginación.

En Perú, con un 80% de empleos en la informalidad, si las personas no morían por Covid,  podían morir de hambre si no salían a vender algo para sobrevivir.

La desigualdad tiene rostro de mujer

Manos Unidas ha presentado su Campaña anual, que lleva por lema “Contagia solidaridad para acabar con el hambre“ y que se va a centrar en denunciar que la crisis sanitaria que vivimos está relegando al olvido otras pandemias, agravadas por la crisis del coronavirus, que amenazan la vida de cientos de millones de personas y contra las que no existe vacuna: el hambre, la pobreza y la desigualdad.

En su discurso, Clara Pardo, presidenta de Manos Unidas, se ha referido a la vulnerabilidad de todas las sociedades, las ricas y la empobrecidas, ante la llegada del coronavirus.

“De poco han servido nuestros muros y fronteras, implacables frente a lo que se consideran amenazas a nuestro bienestar, pero absolutamente permeables a una amenaza microscópica que, de alguna manera parece, aunque no las tengo todas conmigo, nos ha hecho conscientes de nuestra propia vulnerabilidad. Y lo digo, porque, aunque la pandemia señala lo contrario, nuestra aldea global parece hoy más dividida que nunca entre el rico Norte y el Sur empobrecido”

Para la presidenta de Manos Unidas, es inaceptable que la crisis sanitaria, sin precedentes en el último siglo, a la que nos enfrentamos “esté relegando al olvido a otras crisis y emergencias que matan y causan más estragos que el virus y de las que, nunca nadie parece acordarse: el hambre y la pobreza”. Emergencias que, en su opinión, “derivan de la pandemia más dolorosa y más vergonzante a la que se enfrenta el ser humano: la de la desigualdad”. Una desigualdad que ha llevado a que el número de personas que pasan hambre supere los 800 millones y a que en el mundo haya 1.300 millones de personas afectadas por la pobreza. 

Difícil recuperación 

“En los países en los que trabaja Manos Unidas, la pandemia del coronavirus está teniendo un impacto brutal, del que les va a ser muy difícil recuperarse en mucho tiempo. Se habla ya de décadas de retroceso en los planes de desarrollo…”, explica Clara Pardo.   

Estas situaciones de hambre y pobreza, con todo lo que conllevan, no se darían si en el mundo no imperase la desigualdad; si realmente en el mundo existiera una preocupación por el bien común y se actuara, en consecuencia, de manera solidaria. “Estamos lejos de ello, pero lo podemos conseguir. Con esta campaña, “Contagia Solidaridad para acabar con el hambre” queremos contagiar esperanza, porque la esperanza es el motor que nos empuja para trabajar todos los días”, asegura la presidenta de la ONG de la iglesia católica.

Tejiendo solidaridad

Esperanza y solidaridad es lo que mueve cada día al proyecto Kuchinate, una iniciativa surgida en Israel, destinada a apoyar a las mujeres eritreas que huyen de su país en busca de una vida mejor, y se dan de bruces con las férreas políticas de inmigración israelíes.   

Alicia Vacas, responsable de las Misioneras Combonianas para Oriente Medio y Asia, que trabaja en la defensa de los derechos humanos de los colectivos más desfavorecidos (migrantes africanos, mujeres en busca de asilo, población palestina y beduinos), conoce el drama de estas mujeres que tras un terrible periplo por el desierto del Sinaí “llegaron a Israel y se encontraron con políticas de rechazo y discriminación,  que les negaba el reconocimiento como refugiados y les condenaba a la marginación”.

“Cuando nuestros caminos se cruzaron, con los de estas mujeres en Tel-Aviv, no pensábamos en “solidaridad”, ni en construir un proyecto común, queríamos sólo protegerlas y cuidarlas, porque nos abrumaban sus historias, y porque nadie merece pasar por lo que ellas han pasado”.

Pero con el tiempo surgió Kuchinate, la iniciativa que apoya a estas mujeres, que “nació del encuentro de personas dispares y de una herida abierta. Una herida que se presenta hoy con características casi idénticas en muchos países”, explica Alicia Vacas.  Kuchinate en aquel momento eran un grupo de unas 20 mujeres y toda una red de voluntarios que se habían “activado” para acogerlas y acompañarlas en el proceso de integración.

“Hoy Kuchinate, que en tigriña, la lengua que se habla en Eritrea, significa ganchillo, es un proyecto psicosocial que trabaja para empoderar a más de 300 mujeres víctimas de las mafias de la trata de personas y a sus hijos”, añade la misionera. Reunirse para hacer ganchillo es la mejor manera que tiene estas mujeres para abrirse y, juntas, intentar superar los traumas del pasado.  

Durante los sucesivos confinamientos que ha sufrido Israel, estas mujeres, han padecido lo indecible, “pero su sufrimiento ha desencadenado un vendaval de solidaridad para acompañar y sostener a las familias más vulnerables”, asegura Alicia Vacas. “Y -explica la misionera comboniana- de este tsunami de solidaridad ha sido parte también Manos Unidas”.

La religiosa española, afincada en Israel, ha manifestado su deseo de que esta crisis, “sea la oportunidad que nos da la vida para ponernos en la piel de los que más sufren. De los que están cerca de nosotros y también de los que están lejos. Ojalá nos sirva, también, para que esa solidaridad que hemos demostrado durante los peores meses de la pandemia se extienda también más allá de nuestras fronteras”.

Mujeres discriminadas en espera de justicia

Por su parte, Raquel Reynoso, presidenta de la asociación SER (Servicios Educativos Rurales que, junto a Manos Unidas, trabaja en la promoción de los derechos humanos entre la población indígena –principalmente mujeres campesinas– de Ayacucho (Perú), ha relatado las condiciones en las que ha llegado la pandemia a Perú. “Imagínense cómo lo han vivido (la pandemia) en lugares que ni siquiera tienen acceso al agua. Es cierto que todos somos vulnerables, pero hay comunidades que lo son aún más porque viven día a día con problemas muy graves de vulneración de derechos, problemas de alimentación, de empleo”, explica Reynoso. 

La presidenta de la asociación SER ha descrito el panorama al que debía enfrentarse la población indígena de Ayachuco, con la que trabajan SER y Manos Unidas. “Con un 80% de empleos en la informalidad, si las personas no morían por Covid podían morir de hambre si no salían a vender algo para sobrevivir”, relata.  Y entre esas personas había, también, “familias con problemas de acceso al agua y a la luz, lo cual no les permite contar con un refrigerador para almacenar alimentos para varios días, lo que les hace todavía más vulnerables”, asegura Reynoso.

Ayacucho, que es una de las zonas más castigadas por el conflicto armado interno que padeció Perú, que dejo unos 69.000 muertos, se ha visto muy afectada por la actual pandemia del coronavirus. Las mujeres campesinas de Ayacucho fueron las que más sufrieron el conflicto y, a día de hoy, muchas de ellas lo siguen padeciendo.

“Las mujeres campesinas soportaron violaciones y violencia sexual. Y, por si fuera poco, además de este conflicto, estas mujeres sufrieron también esterilizaciones forzadas”, explica Reynoso. Según la presidenta de SER “más de 270.000 mujeres fueron esterilizadas sin su consentimiento y tratadas como objetos. Hoy, tras más de 20 años, siguen siendo discriminadas y siguen esperando por verdad, justicia y reparación”.

Las familias, las mujeres, los niños y las niñas de estas comunidades viven hoy en la pobreza y en una situación muy precaria, “porque las condiciones que provocaron el conflicto armado interno que vivieron aún no han sido resueltas y han tenido que enfrentar la pandemia en situaciones muy deplorables”, explica Reynoso. 

Ante esta situación de pobreza, hambre, anemia y de escasa participación de las mujeres en el manejo de los recursos naturales y de su territorio, “con ayuda de Manos Unidas, la Asociación SER ha venido implementando proyectos para el acceso al agua potable y al saneamiento de poblaciones de zonas rurales, además de realizar múltiples procesos de formación y capacitación a las mujeres sobre cuáles son sus derechos, cómo podían ejercer cargos en sus comunidades, sobre cuáles eran los derechos colectivos que les permitía defender sus territorios”, relata Reynoso. 

La solidaridad como punto de partida

Para Reynoso “el trabajo de Manos Unidas es clave en este camino y funciona muy bien porque se basa en la solidaridad”.

“Todos los varones y mujeres con quienes venimos trabajando todos estos años, nos han demostrado que la solidaridad es posible, pero para que sigan con su trabajo y esfuerzo, necesitan del apoyo de todos nosotros. Tenemos que contagiarnos de solidaridad para acabar con el hambre”, propone la presidenta de SER.

En este año que acaba de comenzar Manos Unidas seguirá trabajando, de manera solidaria, en los países más empobrecidos en los que esta crisis está presentando su peor cara, porque solo con la solidaridad bien entendida, podremos, realmente, hacer del mundo la tierra de todos. 

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