Cabo Delgado, un conflicto de origen incierto que acentúa los niveles de pobreza y eclipsa el sueño del desarrollo

La extrema pobreza en la que vive la población de la zona, muy abandonada por el Estado, es, probablemente, uno de los motivos que alimenta un conflicto cada vez más violento y cruel.

Alberto Vera, Obispo de Nacala: “En Cabo Delgado son las personas inocentes las que mueren o resultan heridas y abusadas. Estas personas ven violada la paz de sus hogares, destruidas sus casas y profanados los cadáveres de sus familiars”.

El número de personas desplazadas por el conflicto en Cabo Delgado no cesa de aumentar. Ya son casi 700.000 personas las que han huido dejando todo atrás en busca de la paz y la estabilidad.

Monseñor Vera: “Hay una necesidad urgente de atención en salud y alimentación. La gente vive en campos provisionales, sin atención. Muchos llevan 5 años viviendo allí. Quieren regresar, pero no pueden porque tienen miedo de los insurgentes”.

Refugiados en Cabo Delgado. Manos Unidas
Campo de personas refugiadas en Cabo Delgado (Mozambique). Imagen de Manos Unidas.

Aunque hace ya más de una década que en la provincia mozambiqueña de Cabo Delgado no se respira la paz, el conflicto tal cual se conoce a día de hoy no empezó a dar la cara hasta 2017. Situada al norte de Mozambique, en el límite con Tanzania y el Océano Indico, los 100.000 km² de Cabo Delgado albergaban, hasta que comenzaron los desplazamientos provocados por el conflicto, a más de 1,5 millones de personas dedicadas mayoritariamente a la pesca y la agricultura.

Monseñor Alberto Vera, obispo de Nacala, lleva años acogiendo en su diócesis a personas que huyen desesperadas de la violencia derivada de un conflicto cuyo origen nadie tiene claro. “El conflicto de Cabo Delgado podría considerarse la guerra sin rostro. Unos dicen que tiene un trasfondo religioso, lo cual es falso; otros que es por las riquezas de la zona –y no se sabe quién está detrás, pero los rebeldes no dejan de enriquecerse- y otros dicen que es una guerra étnica”, explica el prelado riojano. Para Vera, las circunstancias de extrema pobreza en las que vive la población de la zona, muy abandonada por el Estado, es, probablemente, uno de los motivos que alimenta un conflicto cada vez más violento y cruel. Aunque eso no es todo.

Causas de la “guerra sin rostro”

La guerra tiene tres causas diferenciadas, pero no se sabe cuál de ellas puede ser el origen concreto de tanto mal. Según la declaración de la Comisión Episcopal de Justicia y Paz de Mozambique, emitida en abril de 2021, el conflicto radica en una revuelta popular contra los abusos de poder y la falta de expectativas de mejora de la vida de la población o “lo que equivale a decir –señala la declaración- una guerra contra el gobierno”.

Según los prelados, hay una segunda causa, más económica, que liga la guerra al descubrimiento de gas natural y a la explotación de riquezas naturales –rubíes, oro, maderas preciosas- y, paralelamente, a los negocios ilegales de tráfico de drogas y “diversos tipos de tráfico ilícito”.

La tercera causa podría situarse, según el comunicado eclesial, “en la eclosión de una revuelta yihadista islámica protagonizada por mozambiqueños radicalizados en Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Qatar y otros países de África en los que se viven conflictos similares”. La mayoría de estas personas son, según Alberto Vera, jóvenes “totalmente imbuidos por un radicalismo religioso extremo, que han abrazado las ideas wahabitas y que son capaces de condenar como herejes hasta a sus propios padres”.

Las víctimas: los más vulnerables

Si el motivo primero de esta guerra no está claro, saber quiénes son sus víctimas no ofrece ninguna duda: los pobladores de la región. Personas en su mayoría analfabetas, sin perspectivas de futuro, que viven al día de su trabajo en el campo o en el mar y que, de la noche a la mañana, si se produce un ataque de los rebeldes en su aldea, pueden perderlo todo, incluso la vida.

La declaración de la Comisión Episcopal de Justicia y Paz de Mozambique lo explica con claridad: “El conflicto armado está acentuando los niveles de pobreza y eclipsa el sueño del desarrollo. Además, el descontento que crea puede ser un foco para el origen de otro conflicto que diezme una población que ya está siendo reducida por los insurgentes”.

“En Cabo Delgado son las personas inocentes las que mueren o resultan heridas y abusadas. Estas personas ven violada la paz de sus hogares, destruidas sus casas y profanados los cadáveres de sus familiares”, aseguran los obispos de Mozambique. Y estas personas, en su mayoría mujeres y niños, se ven así “empujados hacia un precipicio de miedo e inseguridad”.

El número de personas desplazadas por el conflicto en Cabo Delgado no cesa de aumentar. Ya son casi 700.000 personas las que han huido dejando todo atrás en busca de la paz y la estabilidad. Huyen por mar o a través de la selva en periplos que ningún ser humano debería soportar: sin agua, sin comida y encontrándo cadáveres a cada paso.

Manos Unidas colabora en la atención a desplazados

Y de ellas, casi 70.000 han encontrado refugio en la provincia de Nampula, unos en centros de desplazados y otros en los hogares de sus familiares, lo que lleva a que ahora “en casas en las que antes había 7 personas, ahora pueda haber hasta 30”, explica monseñor Vera.
El obispo riojano hace mención a las múltiples dificultades con los que se encuentran estas personas. “Hay una necesidad urgente de atención en salud y alimentación. La gente vive en campos provisionales, sin atención. Muchos llevan 5 años viviendo allí. Quieren regresar, pero no pueden porque tienen miedo de los insurgentes”, relata.

Los niños y adolescentes son, hoy por hoy, los más perjudicados porque, como asegura el religioso español, en 2020 perdieron el colegio por la pandemia y en 2021 no hay condiciones de escolarización para todos. Los proyectos con personas desplazadas ocupan ahora gran parte del hacer de la diócesis: estamos ayudando a estas familias con alimentos y buscamos plaza en las escuelas públicas. Y para las mujeres hemos puesto en marcha proyectos de generación de ingresos por medio de la costura”.

Los traumas por lo vivido han dejado una profunda huella entre los desplazados y, fundamentalmente, entre los más pequeños. “Por eso, explica monseñor Vera, tenemos un equipo de “Amigos das Crianças” (Amigos de los Niños) que atiende y da apoyo psicosocial a los desplazados”. En Nacala, 500 niños reciben esta atención en grupos pequeños “lo que les ayuda a liberarse de los traumas vividos en sus aldeas y durante el camino; traumas que van desde la violencia hasta el asesinato”.

Manos Unidas ha colaborado en el proyecto de alimentación para casi 1.000 familias y en el trabajo de apoyo a niños, niñas y adolescentes.

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